I02 ARBOLSariel había dejado el paraíso porque estaba cansada de la perfección, había sido creada diferente al resto de los ángeles, veía tanto sus defectos como virtudes. Ese pequeño rollito de grasa que le impedía la perfecta figura que tenía el resto, esas pecas que cubrían su cara y su espalda, esas estrías que se iban marcando en su piel.

Nadie las veía, solo ella, pero sabía que existían y llegaba a pensar que el resto en el paraíso eran solo hipócritas ocultando sus defectos.Prefería estar en la tierra, rodearse de seres imperfectos, llenarse de esas cosas tan cotidianas para los humanos y novedosas para ella. Sentarse en los portales de una pequeña gran ciudad a tomar un café, helado o caliente, o una tizana de frutas y flores, daba igual, solo deseaba dejar su mente volar.

Materializó un vestido de gasa, traía un abrigo y una pashmina por si hacía frío esa tarde y se dispuso a descansar como siempre viendo pasar a la gente. Pero ese día, en la mesa contigua, estaba un Caballero, de ojos cafés y mirada profunda, moreno claro, con ropa casual y bien arreglado.

Quiso perderse en su mirada pero no pudo mantenerla. El se levantó de su silla y tomó el maletín que traía y el corazón de ella se acelera conforme el se va acercando a su mesa.

- Bella Dama, ¿primera vez que visita este café?

- Estoy de visita en la ciudad, así que si- dijo ella.

Lo veía por momentos, pero su mirada por más que lo intentara solo podía concentrarse en el estampado a rayas de su suéter o su mano que jugaba impaciente con una pluma.

- Puede llevarla a conocer el lugar, si me lo permite por supuesto.

Quiso decir que no y las palabras no brotaban de sus labios, simplemente asintió con la cabeza mientras él sacaba unas monedas para dejarlas en la mesa y extendía su mano para comenzar a su lado el camino.

La llevó a conocer plazas y callejones en la ciudad, explicándole cuentos, historias y leyendas del lugar. Entrada la noche terminaron en un Jardín de Rosas frente a una iglesia en el centro de la ciudad.

Fue extraño, la neblina se hacía espesa y su respiración se agitaba. En ese momento se dio cuenta de algo, estaban solos. No era un lugar oculto a la vista de los transeúntes ni era muy tarde, e inusualmente todo estaba desierto y solo podía escuchar el sonido de su corazón y el sonido de la voz de aquel personaje que la guiaba.

- … Y dicen que en este árbol el mismo demonio se le aparecía ¿qué le pareció la historia, Señorita?

- ¿Ehhh? Disculpe, estaba un poco distraída.

- ¿Entonces mi conversación es aburrida?

- ¡Para nada! Solo notaba que parecemos estar solos.

- Tarde o temprano pasará alguien.

- ¡Noooooo! – gritó ella sin pensarlo- o sí, ya no sé- dijo casi susurrando, era bocio que él la ponía nerviosa.

- Tal vez está nerviosa usted ¿me permitiría liberar su mente?

De sus labios brotó tenuamente la palabra sí, mientras él se colocaba detrás de ella y le susurraba al oído:

- Solo déjese llevar- al mismo tiempo que se agachaba para abrir su maletín mientras ella observaba de reojo que dentro de el solo había cuerdas.

¿Cuerdas? ¿Quién carga cuerdas? Y para qué las ocupará en este momento. Solo lo pensó pues sus labios no podían decir más.

- ¿Sigues nerviosa pequeña? – le dijo y plantó en sus labios un beso que la hizo sentir en el paraíso, mas no ese paraíso que conocía, sino uno hecho a su medida.

Le quitó la pashmina del cuello y el roce de sus dedos hacía estremecer su cuerpo como nada lo había hecho antes. Cubrió sus ojos con ella dejándola sin poder ver mientras le quitaba el abrigo que cargaba en las manos y deslizaba su vestido por su cuerpo.

Moría de pena, sabía que no traía ropa interior de ningún tipo bajo el vestido, ¿qué ángel ocuparía? Y saber que cualquiera la podía ver la hacía sentirse vulnerable, excitada y mojada, nuevas sensaciones para ella.

Entonces sintió el roce de las cuerdas entre sus manos, en sus pechos, en su sexo. La respiración acompasada de su compañero mientras pasaba una lazada más por su cuerpo, mientras hacía un nudo, mientras tocaba su sexo.

Su oído atento escuchaba los pasos solitarios de ese… ¿Demonio? Aroma inconfundible para ella de amizcle mezclado con azufre, el infierno en la tierra, usualmente lo combatiría pero esta vez estaba rendida a las más oscuras perversiones de sus avernos.

Comienza a sentir golpes, calentando su piel, haciéndola arder. Su mano chocando contra sus nalgas calentando su piel y su cuerpo, haciendo fluir su sexo, como preparándola para algo más.

El crujir de la madera ¿una rama que se rompe? ¿qué estaba tramando? Y de repente, así, inmovilizada y atada al árbol que hacía un rato solo estaba observando escuchó un silbido que terminó en un golpe seco contra sus nalgas.

Uno tras otro los golpes llegaban. Ella en un inicio no gritaba. ¿Valor? Tal vez un poco, tal vez por no dejarle saber a ese Demonio lo que la hacía sufrir, pero no solo era eso. ¡Placer! Cada golpe hacía que su sexo se mojara más y más mientras su resistencia cedía y comenzaba a llorar. Sí. Lloraba pero disfrutaba cada vez que la vara del árbol, delgada y firme, marcaba su piel y le causaba ardor y placer.

Los golpes se detuvieron y son cambiados por caricias en su cuerpo, dulces caricias donde las marcas habían quedado, donde la piel estaba ardiendo, sus dedos bajan por su cuerpo, metiéndose en su húmedo sexo que solo alguna vez en su larga vida había sido explorado, haciéndola gemir de un placer que ni en el cielo ni en la tierra había conocido antes. Solo las manos de ese Demonio lo habían logrado al darle una prueba de los más oscuros pecados.

Comienza a desatarla y cubre su cuerpo con el vestido y le coloca el abrigo mientras le dice:

- Te dejo un regalo en tu teléfono, tengo que retirarme.

Acomoda todo en su maletín y lo toma. Le da un beso y sube de un brinco al árbol desapareciendo junto con la neblina. Ella se sienta en la banca a un par de pasos de donde Él la dejó, intentando comprender todo lo que había pasado mientras como arte de magia la gente comienza a llegar, los autos a pasar y a sonar por todo el lugar el murmullo de los transeúntes.

Extasiada aún mira su celular. La cámara se encontraba activa y al revisar las imágenes tomadas se vio, atada, entregada a la lujuria, al dolor y al placer.  El teléfono suena, un mensaje de un número desconocido que dice así:

“Cuando desees un paseo por mis infiernos te espero en este árbol, en esta banca, hasta entonces, un beso mi dulce Ángel.”

Repetiría, aún no lo sabe, solo sabe que nada volverá a ser igual de ahí en adelante.

AUTORA: Ale

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