Soy una mujer profesionista, aunque de momento me encuentro atendiendo a mis niños únicamente, ama de casa, crecí en un entorno donde las mujeres estábamos a la par del hombre, donde no bastaba que el hombre a la hora de la comida levantara la mano para señalar para que se le pasara la sal, o donde si el agua estaba frente a él, no tenía por qué servírsela yo, no importaba que fuera un invitado más en la casa, o un pariente.
Sí, soy mujer, con conocimientos, estudios, mujer y sumisa.
No es que un día simplemente haya leído un libro y dicho, esto soy. Siempre lo fui, no soy masoquista pero siempre busqué el dolor. Tuve una niñez muy feliz, odiaba los castigos (aun los odio) y sin embargo, a los 10 años comenzaba ya a extrañar la sensación que solo en dos ocasiones probé en mi vida, un castigo que me hacía desear no volver a infringir las normas, y sin embargo cuando el castigo no llegaba a ese grado o dejaron de hacerlo por ser muy extremo, lo extrañé… extrañé sentir el golpe con el cinturón de piel mojado sobre la piel de mis nalgas.
Me acerqué mucho a la religión, y las ganas del dolor sutil aumentaban y no sabía por qué. Lo intentaba, pero desistía, el leer de castigos en conventos y martirios auto infringidos me atraía, a la fecha lo hace, tengo ganas de conseguir un silicio y usarlo bajo la ropa, y en definitiva es por el placer, no por querer ser santa.
Hablando de religión, aprendí a rezar, a agradecer por pequeños detalles imperceptibles, estuve a nada de tener una ceremonia vestida de blanco y negro, tirada en el piso, humillada, brazos en cruz, rezando, pidiendo perdón y agradeciendo las oportunidades de la vida, grandioso modo de rezar he de decir, pero por cuestiones de tiempo y dinero no lo hice.
En lo sexual, fui una niña precoz, pese a tener mi primera relación sexual a los 20 años, comencé a descubrir mi cuerpo muy pequeña, demasiado diría yo, comencé con exhibicionismo sin pensar en consecuencias, tuve mucha suerte pues en realidad nunca pasé malos momentos.
Me casé y me alejé de todo, quise ser “un ejemplo de esposa”, no ejercí mi carrera al titularme por falta de empleo, por qué los empleadores no creían que pudiera recorrer 2 horas de camino para ir al trabajo o estuviera dispuesta a cambiar de residencia. Y al final desistí de buscar por frustración… y así comenzó una nueva etapa.
Los años y los embarazos causaron estragos en mi cuerpo, al grado de sentir en ocasiones que mi mejor momento había pasado, sin saber que lo mejor apenas iba a llegar.
Viví sometida a un abuso, si no físico si emocional y mi sexualidad fue en declive, hasta que decidí saber si el problema era yo. Comencé con exhibicionismo de nuevo y sin querer termino metida en este estilo de vida sin pensarlo. De primera vista decía: yo no soy sumisa. Creo que nadie que me conoció mientras estudiaba lo creería.
Y sin embargo, ser sumisa es la amalgama perfecta de lo que siempre fui, de lo que siempre me gustó. Es el equilibrio en mi vida. Fue lo que me dio fuerzas para decir basta, ahora entiendo la diferencia entre lo que debo de hacer y lo que es abuso.
Ser sumisa no es bajar la cabeza, es tenerla en alto y solo inclinarla ante quien se lo ha ganado. Ser sumisa no es ser humillada, es ser amada, ser querida, ser cuidada y sentirse protegida. Ser sumisa no es disfrutar el dolor, sino aprovechar esos picos de emociones, sentimientos y sustancias liberadas en el cuerpo, y disfrutar plenamente las caricias que vienen después. Ser sumisa es pertenecerte a ti misma al grado de poder arrodillarte y extender tus manos para decir: Le entrego todo lo que soy Mi Señor.
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