Mi jornada laboral transcurrió con la misma inquietud de siempre, en esa ocasión salí de la oficina precipitadamente. Mientras caminaba, no podía ignorar la humedad que él provocó durante nuestra última conversación, sobre todo la instrucción de quitarme la ropa interior,
me dirigí hacia el lugar que mencionó, las piernas temblorosas me guiaron hasta esa puerta discreta de madera, el primer golpe hizo que se abriera, aún deslumbrada por el sol brillante de aquella tarde entré, no podía ver mucho, sólo siluetas que me hicieron pensar que no estábamos solos. Mi boca seca hizo que no pudiera separar los labios, di un par de pasos, un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sentí esa mano sobre mi brazo, la puerta se cerró a mis espaldas.
-Guarda silencio- me ordenó. Sentí ligeramente el aroma de su loción desvaneciéndose a mi alrededor, una tela suave cubrió mis ojos bloqueando totalmente la poca visibilidad que aún conservaba, un par de manos se deslizaron por mi cuello bajando hasta los botones de mi vestido, después de unos segundos me percaté que estaba desnuda, cuando las monedas de mi bolsillo hicieron ruido al caer al piso.
-Muy bien- dijo con aprobación, mientras empujaba mis hombros hacia abajo para que mis rodillas tocaran el piso frío. -He sido suave contigo, aun cuando inconscientemente pides a gritos que te utilice…. Pues bien, hoy será el día- mi cuerpo se sacudió precipitadamente entre cortando mi respiración al escuchar esas últimas palabras. Sentí unos dedos recorrer mi rostro, paseando por la comisura de mis labios, abruptamente un tirón en el cabello me obligó a caer de espaldas, mientras una voz me decía al oído, -¿sabes cuántas veces he tenido esto en mente?, te he dicho que me encantan tus muslos y que lo único que deseo es entrar e invadir, te advierto que esta vez no seré gentil-, mi espalda al sentir lo gélido del piso me tele transportó a una cámara de congelación, sensación que se evaporó al sentir que mis pezones eran halados por algo que en el momento no pude adivinar que era, sin duda una corriente eléctrica recorrió mis vertebras concentrándose en mi bajo vientre. –Abre bien esas piernas puta- susurró cerca de mi rostro mientras penetraba con sus dedos la carne viva y punzante que aún con cierto pudor ocultaba.
Mis sentidos estaban alerta, tan alerta que por un momento pude escuchar el casi imperceptible zumbido de una grabadora.
Minutos después todo quedó en silencio, no podía controlar mi respiración, ahí tirada y vulnerable, sentí un sutil aire recorrer mi cuerpo, sabía que algo se movía dentro de la habitación, cuatro manos tomándome por sorpresa sujetaron mis extremidades dejándome aún más expuesta. –Sé que tienes hambre de mi, me lo dice tu cuerpo- expresó mientras colocaba sus rodillas sobre mis brazos, sentí esas manos tibias en mi nuca y de un solo golpe invadió mi boca con la firmeza de su miembro, húmedo y chorreante, tragué y comí con la desesperación que mis ganas demandaban. –Eso quieres ¿verdad?- yo asentí con la poca movilidad que tenía, atragantada y complacida. -Quiero ser tuya-, esa idea recorría mi cabeza con fuertes ecos. De un solo movimiento él se puso de pie, al mismo tiempo que la manos extrañas me liberaban, tomándome nuevamente del cabello me levantó, con cierto miedo y tropezando seguí la dirección que me mostraban sus movimientos, quizá después de algunos pasos sentí una base firme, tal vez era una mesa, soltándome el pelo y con un movimiento suave y tierno invitó a mi espalda a inclinarse, recargando mis senos sobre lo que yo olí como papel, con un movimiento fuerte entre mis piernas golpeó hacia los lados obligándome a separarlas, siguió bajando ambas manos por mi espalda, delinearon mi cintura y se posaron sobre mis nalgas apretándolas. –Puedo olerte- dijo soltando un fuerte vaho en mi cuello, -Puedo oler tu humedad, lo excitada que estás-, con la punta de su nariz bajó lentamente por mi espalda aspirando rítmicamente, en algunas partes sentí la humedad de su lengua, se separó lentamente dándome un fuerte golpe, yo gemí y agarré fuertemente los bordes de aquella mesa, besó mi hombro y con amor colocó una mordaza en mi boca, obedientemente accedí, una vez que estaba fija, de un solo golpe y sin preámbulo me penetro profundamente, -Así es pequeña, hora de servir a Daddy- fuertes embestidas me presionaban una y otra vez, mordidas en mis hombros, el cuero cabelludo me punzaba, humedad entre mis senos que después pude descifrar que era mi propia saliva, a veces se detenía para golpear mis glúteos, otras para abrirme y observar, pero siempre regresaba a las penetraciones estruendosas e intensas… mis contracciones estaban delatando que el climax se acercaba, -No amor, está vez no será así- me dijo firmemente mientras sacaba de mi interior su miembro aún erecto, jaló mi brazo y me colocó nuevamente de rodillas ante él, retiró la mordaza, -Abre bien la boca- me ordenó, –ninguna gota puede ser derramada-, descargó toda su satisfacción en mí, en esta, la puta que tanto desea complacerlo, finalizó con un apasionado beso, y al terminar me dijo: Bien, lo haz hecho muy bien, estoy orgulloso de ti, te daré otra estrella.
Y hoy… hoy solo estoy sentada en el piso de mi apartamento, sorbiendo un poco de café, escuchando una y otra vez la cinta de audio que grabó mi Daddy en aquella ocasión, nunca me ha dicho quien mas estuvo ahí, cuando le pregunto solo sonríe de manera sutil, con ese brillo característico en sus ojos, el brillo que lo delata cuando comienza a tramar algo más.
Autora July.
Ganaroda del primer lugar por votos de los lectores de Síbaris