Estoy sola en mi celda, recostada sobre la cama contemplando el techo. Visto con un camisón blanco tan sucio que se ve color gris. En una esquina hay una bacinica donde hago mis necesidades fisiológicas y que debo limpiar diariamente.
En la puerta hay una gatera por donde me pasan comida tres veces al día, en un plato de perro y sin cubiertos. Con mi mano izquierda acaricio el “11” que tengo tatuado en mi brazo derecho. En la mano derecha tengo un gis que he logrado robar de la oficina del Doctor la última vez que tuvimos sesión. Me pongo de pie sobre la cama y comienzo a escribir mi historia en la pared de concreto…
Mi nombre solía ser Alicia, aunque ahora soy sólo un número más. Practico BDSM desde hace cinco años. Antes de entrar aquí yo tenía Amo, Él era conocido como el Sombrerero. El nombre de Alicia me lo puso Él, pues era fanático de Alicia en el País de las Maravillas. Por dos años tuvimos una relación muy satisfactoria, sin embargo, conforme avanzábamos nuestras prácticas parecían pedir más y más.
Existía una fantasía que desde siempre he tenido y que no había podido realizar con mi Amo. Sentía fascinación por los hospitales psiquiátricos victorianos. Los escenarios, los tratamientos aplicados a los internos, tan crueles que casi podrían calificar como tortura: camisas de fuerza, choques eléctricos… tan sólo imaginarlo hacía que se me erizara la piel y se humedeciera mi sexo.
Mi Amo sabía que llevar esa fantasía a la realidad era algo que Él no podía darme. Falta de recursos para recrear un escenario, apegos que le impedían sesionarme con tanta dureza a pesar de que era algo que yo le pedía, entre otras cosas. Ninguno de los dos se sentía ya cómodo con la relación, a mí me hacían falta muchas cosas y Él se sentía mal por no ser capaz de dármelas. Después de muchas pláticas acompañadas de café, finalmente decidió dejarme ir.
No era algo que pudiéramos hacer a la ligera. Después de mucho investigar, finalmente dimos con un lugar apropiado, la Casa de Muñecas, un calabozo-asilo especializado en la fantasía de hospital psiquiátrico y prácticas BDSM afines. El dueño de la Casa de Muñecas era un Dominante conocido como el Fabricante de Muñecas, con muchos años de experiencia pero que se había retirado de la comunidad hace algún tiempo. No era bien visto por la mayoría, sin embargo gozaba de cierto renombre entre los practicantes de la Vieja Escuela.
La Casa de Muñecas estaba en las afueras de la ciudad. Sólo podías llegar si conocías la ubicación precisa. Era una casa antigua con porche, unos tres pisos de altura. Tenía una pinta un poco tétrica. Incluso si llegaras por accidente, es probable que con solo verla salieras corriendo. No era un lugar demasiado grande, había una pequeña sala de espera, la oficina del Fabricante, las habitaciones de las tres esclavas con mayor jerarquía (quienes le ayudaban al Fabricante a cuidar de las internas), una cocina, la lavandería, el cuarto de aseo, unas diez celdas para las internas y una estancia común para socializar.
Las celdas para las internas rara vez estaban llenas a tope. La mayoría de las sumisas que pasaban por ahí tenían estancias muy cortas, sólo para experimentar la fantasía del psiquiátrico y luego irse. Yo era una de las pocas que elegían quedarse.
El día de mi cesión definitiva por parte de mi Amo hacia el Fabricante, yo estaba muy nerviosa. Me había maquillado bonita, vestía unos jeans de mezclilla, tenis converse y una de mis blusas favoritas. Él estacionó el coche afuera de la Casa de Muñecas. Subimos las escaleras del porche y mi Amo tocó la puerta. Una de las esclavas abrió. En cuanto pasamos, me esposaron las manos por delante. La esclava nos condujo hacia la oficina del Fabricante. Él ya estaba ahí esperándonos, sentado en una cómoda silla de brazos detrás de su escritorio. Nos sentamos frente a Él.
Cuando vi al Fabricante me quedé muda. Era un hombre que calculo tendría alrededor de cincuenta años, sin embargo, la madurez le sentaba muy bien. No era guapo según los cánones convencionales, pero tenía actitud, presencia, y un no-sé-qué que resultaba irresistible.
Sobre el escritorio de madera había un folder con fotografías mías, que mi Amo había tomado con su cámara para enviarlas al Fabricante, para que Él me conociera antes de que llegara a la Casa de Muñecas. En la pared que estaba a mi derecha había una puerta cerrada que llamó mi atención.
Mi máxima fantasía estaba a punto de volverse realidad. Sentía una mezcla entre miedo y excitación. Yo estaba temblando, mi sexo estaba húmedo, mis oídos zumbaban. Podía ver los labios del Fabricante y de mi Amo moverse, sin duda estaban hablando sobre mí aunque no entendía que decían. El Fabricante le dio a mi Amo un formato de ingreso para que llenara con mis datos personales, prácticas aceptadas, límites, etc., todo lo que habíamos acordado en pláticas previas. Ya que terminó de llenarlo, el Fabricante me dirigió la palabra directamente por primera vez:
“Alicia, ¿estás ingresando a la Casa de Muñecas por decisión propia y sin que nadie te obligue?”
“Sí, Señor” contesté.
“Firma en la línea punteada” me dio el formato llenado por mi Amo y me ofreció una pluma. Me las arreglé para firmar a pesar de mis manos temblorosas. “Es oficial, ahora eres propiedad de la Casa de Muñecas. Ya no te llamarás Alicia, tu número de interna es el Once y ese será como tu nombre de ahora en adelante. Levántate de la silla y quítate la ropa. Es hora de tu inspección”.
Con torpeza me quité los converse, mientras me bajaba los jeans unas monedas que traía en los bolsillos cayeron al piso. Terminé de desvestirme y me puse en posición de inspección. El Fabricante me revisó frente al Sombrerero, quien hasta hace unos minutos era mi Amo.
“De rodillas, Once, en posición de espera” me ordenó el Fabricante. El Sombrerero y el Fabricante se estrecharon las manos a modo de despedida. El Sombrerero salió por la puerta de la oficina para no volvernos a encontrar jamás. El Fabricante tomó unas llaves del cajón de su escritorio y abrió la puerta que antes había llamado mi atención. Entró Él primero y luego me ordenó que me pusiera de pie y lo siguiera. Los pocos segundos que tardé en obedecer me parecieron eternos. Vi los momentos más importantes de mi vida pasar frente a mis ojos. Pensé en todas las personas, cosas, lugares que estaba dejando atrás.
Entré detrás de él. Era su calabozo reservada para las sesiones. Sus implementos BDSM estaban ahí. Tardaría mucho en poder describirlo todo. Al ver todo eso, no me arrepentí en absoluto de mi decisión. Sabía que lo iba a obtener era mejor que lo que estaba dejando atrás..
De nuevo en mi celda, bajo de la cama y observo ensimismada lo que he escrito con mi gis en la pared de concreto. Escucho la puerta abrirse, es una de las esclavas.
“Once, el Fabricante está listo para verte para su sesión de hoy”.
Autora: Alicia Liddell
Primer lugar del Jurado