Estaba ella sentada a lado de la mesa se veía tan divina toda una señora, aperlada de unos aproximadamente 35 años con cuerpo muy hermoso que dejaba a relucir su linda figura portaba con orgullo unas botas de piel negro un pantalón a juego muy ajustado y una blusa con un gran escote.
Sonó el despertador como todos los días para ir a trabajar, menos hoy que Blanca lo pidió libre para poder encontrarse con Él, Darío, el hombre que había cambiado su vida.
Sariel había dejado el paraíso porque estaba cansada de la perfección, había sido creada diferente al resto de los ángeles, veía tanto sus defectos como virtudes. Ese pequeño rollito de grasa que le impedía la perfecta figura que tenía el resto, esas pecas que cubrían su cara y su espalda, esas estrías que se iban marcando en su piel.
Era el primer café del día, como siempre tomaba el desayuno en el mismo lugar, cerca de mi trabajo. Estaba centrada en mis cosas cuando a lo lejos le vi. Como siempre iba con su cabeza altiva dejando claro quién era para los demás pues para mí era mi Señor. Con su mirada me atravesó y con su sonrisa maliciosa me derritió. Nadie en el trabajo sabía que mi jefe y yo teníamos ese tipo de relación.
Mi jornada laboral transcurrió con la misma inquietud de siempre, en esa ocasión salí de la oficina precipitadamente. Mientras caminaba, no podía ignorar la humedad que él provocó durante nuestra última conversación, sobre todo la instrucción de quitarme la ropa interior,