Caminaba presurosa, sus morenas piernas contrastaban con el color blanco de su ropa, un lindo vestido que le llegaba a las pantorrillas, las mangas largas y cuello alto le daban un aire aniñado y frágil y las botas blancas a medio muslo acentuaban aún más lo largo de sus piernas, sus ojos eran hermosos y los hacia resaltar más con líneas color negro alrededor de ellos, no traía consigo más que una rosa blanca en sus manos, la brillantez del día hacia que su figura se fundiera con la luminosidad del camino.
Se mordía ligeramente el labio debido a que iba ya retrasada, pero por fin llegaba a si destino, subió rápidamente los escalones que daban a las puertas de una antigua iglesia y cruzo el umbral del atrio caminando por el pasillo hasta llegar casi a la mitad de éste y sin importarle nada más que poder ver al dueño de su ser, se arrodillo con plena decisión dejando la rosa blanca enfrente para poder entrelazar sus manos.
Miro hacia el altar esperando la señal de la llegada de su señor, sus ojos brillaban en el esplendoroso brillo candoroso de la iglesia llena de deseo, de excitación de la llegada del éxtasis, cerró los ojos esperando.
En otro tiempo, en otro lugar por el contrario él se perdía en la obscuridad del tártaro, su ropa se mezclaba fácilmente con el negro de la noche, estaba hincado cerca de un risco, esperando que ella llegara, cuando la sintió, sonrió, se levantó tomando un pequeño cofre en sus manos, y comenzó a caminar tranquilamente por el sendero marcado con velas y rodeado con mausoleos y monumentos, el lugar debería de parecer lúgubre, sin embrago daba una paz que muy pocos entenderían.
Caminó hasta llegar a un gran rosal cuyas ramas solo contenía una sola rosa de un color tan blanco que era fácil verla en la penumbra de la noche, sobre el piso había tres grandes piedras color ceniza; sobre la de en medio coloco el pequeño cofre abriéndolo para sacar el contenido colocándolas en las piedras de los lados: un pequeño libro negro, una copa dorada, un collar blanco, un látigo y una pluma, una vez que hubo acomodado todo se irguió para hacerle saber a ella que él ya la esperaba.
En la luminosa iglesia la chica rezaba, rezaba para él, sus labios murmuraban palabras impronunciables, su pecho se agitaba cada vez más rápido, más extasiada de que el la tomara, el solo pensamiento de sentirlo la incitaba, apretó un poco más sus manos enterrándolas sobre su pecho cuando lo sintió; una electricidad tan sutil como sentir su respiración en la nuca, la llamaba.
Abrió de golpe los ojos separando los abrazos a los lados como si implorara sentir el golpe de un rayo en todo su ser, hecho la cabeza para atrás soltando un gemido orgásmico, era la hora de que se encontrare, cayó de nueva cuenta al piso en cuatro sonriendo de una manera tan hermosamente perversa, se irguió mientras tomaba de nuevo la rosa blanca, girando rápidamente hacia la puerta de la iglesia, en cuando cruzo el umbral ya no se encontraba en ningún lugar y extrañamente en todos a la vez, el tiempo, el espacio, existían y no existían en ese lugar; estaba en el limbo.
La calle, la gente, incluso el arriba o el abajo habían desaparecido, cuando volteo la puerta de la iglesia había desapareció también, se encontraba caminando en el aire el color era tan blanco que la mimetizaba completamente gracias a su vestido, había llegado el momento de encontrarse con él, miro sus manos, la rosa que traía con ella también había desaparecido, abrió los brazos y sonrió extasiada, era suya, estaba lista para entregarse totalmente.
El sonrió desde la obscuridad de su dimensión, tomo el collar blanco que había colocado momentos antes en la piedra y tiernamente lo manipulo poniendo al vacío, sin embargo, el collar no cayó al suelo, simplemente se desvaneció, apareciendo en el cuello de ella fuera donde fuera que se encontrara, lo toco con la punta de los dedos y sonrió, se sentía bien, protector, cálido estaba lista para recibir sin reparos lo que él quiera hacerle.
El sonrió en cuanto el collar desapareció, tomo ahora la pluma y miro la punta, en esta había una pequeña aguja de acero, la miro un segundo y se pinchó el dedo índice profundamente, en cuanto al sangre comenzó a brotar tomo la copa y dejo caer en ella 3 gotas, el agua que contenía la copa se tornó en un color carmín en la cual remojo la punta de la pluma, se giró y lenta y seguro de un solo trazo dibujo en el aire una garigoleada letra A.
Ella cerro de golpe los ojos sintiendo el primer corte en medio de su pecho, sobre la blanca tela de su vestido comenzó a florearse de líneas rojas, hasta quedar marcado en este la adornada letra A trazada, su respiración se agito cuando olio su propia sangre, no solo sentía emparar su pecho, su entre pierna comenzaba hacer lo mismo, un calor la recorrió completamente de los pies a la cabeza provocando el primer orgasmo.
Cuando él termino de escribir la primera gran A siguió escribiendo en el aire, primero símbolos arcanos, runas y alquímicos, después frases completas en latín, sanscrito y otros idiomas ya olvidados por el hombre, sus ojos se iban tornado más sádicos, cada trazo se sentía como una caricia eléctrica para el mismo haciendo que su miembro comenzara a erectarse.
Poco a poco el vestido de ella se comenzó llenar de marcas rojas, cada letra, cada símbolo que él hacía en el aire ella los sentía en su piel, su piel se rasgaba y abrían en finas incisiones, circulares, paralelas y perpendiculares, llenándole todo el cuerpo de cortes, en cada uno ella soltaba un gemido, dolorosamente placentero, su blanco vestido no tardo en convertirse en una mancha roja en aquel fondo tan deslumbrantemente blanco, las gotas rojas comenzaron resbalar por sus piernas mezclándose con sus propios fluidos hasta llegar a sus botas, pintándolas de flores carmesí.
Las lágrimas, primero de sufrimiento y después de deleite, comenzaron a brotar de sus ojos, dejando surcos negros alredor de ellos, bajando hasta sus mejillas y también mezclándose con la sangre de sus hombros y su pecho, ardía de deseo y lujuria, sentía como resbalaba el elixir rojo de la vida y la sentía como suaves caricias y húmedos besos, todo su cuerpo estaba ya lleno de símbolos y frases, todo su cuerpo estaba ya lleno de cortes que la hacían explotar en sensaciones indescriptibles.
Cuando ya no pudo escribir más él se dirigió al rosal para admirar la única rosa blanca que había ahí, la corto con la pluma y la coló sobre sus labios sin importarle que trajera espinas, dejo caer la pluma y tomo ahora el látigo que aún estaba sobre la otra piedra y lo desenrollo, su deseo era tanto que sin darse cuenta había mordido las espinas de la rosa, lo disfruto porque sintió como si se tratara de una mordida de ella, ahora brotaban unas gotas de sangre que fueron a estrellarse a los pies de él.
Sujeto firmemente el látigo y después de cerciorarse que todo estaba en orden lo blandió el en el aire haciéndolo craquear, al primer sonido la espalda ella se retorció de dolor y una apertura se hizo en la tela de su vestido, de nueva cuenta el comenzó a blandir, una, tres, cinto, siete veces, golpeaba al aire pero ella lo sentía, con cada latigazo ella hacia un esfuerzo para no dejar escapar un gritito mientras su vestido se iba rompiendo en líneas comenzando a dejar ver su espalda desnuda llena de cortes.
El vestido no tardo en romperse totalmente, cuando él se detuvo un momento ella aprovecho para quitarse los girones de ropa, no traía nada abajo y el tocarse desnuda solo sirvió para que su punto de excitación aumentara aún más, deseaba que la tocara el, que la hiciera suya, quería encontrase a su lado, sentirlo, olerlo probarlo, sus pensamientos explotaron en satisfacción cuando el comenzó sus caricias con el látigo nuevamente.
Ambos ya se habían comenzado a encontrar en sintonía, enlazándose en una sintonía erótica, perversa, cada sensación que llegaba él con cada golpe los acercaba un poco más al todo y a la nada, habían hecho consenso para existir en un mismo tiempo, conectando sus almas a través del dolor y el placer, ya no existía la blancura de ella, ni la obscuridad de él, ahora todo era una sola sensación, de un solo olor, una sola energía, ahora todo era escarlata.
Él la miraba con la respiración entre cortada, sus ojos surcado por el rímel negro corrido hacia que se viera hermosa, llorosa, sudorosa, sangrente, ardiente, la entre pierna de ella no dejaba de contraerse una y otra y otra vez, cada golpe era una tormenta de emociones para los dos, su cuerpo estaba totalmente bañado en sangre, sudor y el liquido de su propia excitación, sus piernas ya no aguantaron más, cayó sobre sus rodillas en un ardiente orgasmo, alzo la vista para encontrase con la mirada de él, un gran circulo de fuego comenzó a rodearlos encendido aún más el calor de sus cuerpos anhelantes por poderse tocar.
Los labios de él ya se encontraban manchados de sangre, pero sabía bien que no es absolutamente nada en comparación con el cuerpo lleno de cortes, cardenales y moretones de ella, tomo la rosa de su boca y la beso, esta desapareció inmediatamente, la miraba embelesado; sabía que ella no solo le entregaba su cuerpo, su dolor y su placer, le entregaba también el alma misma, era suya, ardía en ansias de recostarla en el piso, abrirle las piernas y penétrala salvajemente, llenarse de su sangre, de sus lágrimas, de sus mieles y de su placer a la vez de llenarla de su simiente y su esencia, pero el ritual aún no había terminado, aún tenía que hacer la última cosa para que su unión fuera perfecta.
Lentamente se hinco frente a ella, el olor a sangre hizo que su erección fuera un poco dolorosa por las ganas contenidas, ella se empotro sobre sus rodillas ansiosa de que él la tocara ya, se le escapo un gemido cunado sintió el cálido calor de sus dedos cuando los posos en sus senos los recorrió unos instantes y el solo roce provoco que se viniera de nueva cuenta, él sus dedos ahora por el plexo solar y haciendo un gesto con ambas mano, dejo al descubierto su corazón, de ahí saco una bellísima rosa color rojo sangre, la sangre, el deseo y la pasión la ha teñido de un carmesí brillante y fresco él la se la mostro y ella sin dudarlo tomo su mano sujetándola así ambos del tallo con espinas.
Ahora era suya, ahora podía poseerla no solo en el alma y espíritu sino también en la carne misma, se eclipsarían como el sol y la luna, se llenaría de caricias, besos y orgasmos, estallando juntos en el erotismo de gozar el dolor, donde sutilmente en ese limbo incoloro ambos permanecían en medio de donde se formaba una gran mancha, una mancha en forma de rosa color escarlata.
Título: Escarlata
Autor: Bloody