"Súbete la falda "
fue su primera orden dentro del carro. Él se lo ordenó a Andrea con esa voz pausada, clara, fuerte que no daba ninguna oportunidad de réplica, ni de tregua. ¿y por qué tendría que haberla? Él, desde hace algunos meses era su dueño, su Amo y ella...ella, en ese momento: su objeto. Andrea, temblorosa, soltó el pequeño LIBRO que llevaba entre sus manos para subir su ajustada falda negra. De inmediato su Amo puso en marcha el coche y pronunció, con la misma firmeza, una segunda orden:
"abre las piernas.”
Ésta orden ruborizó a Andrea, casi al mismo tiempo que la humedeció. Ella, que en otro momento hubiese interpelado todo, que hubiese expuesto razones sobre el peligro de ser vista en una vía pública, solo obedeció. No hubo una tercera orden, porque ni siquiera hubo más palabras: su Amo, con un pequeño vibrador la comenzó a tocar, la masturbó, la erotizó sobre las bragas y la exhibió complacido a todos aquellos que desde su coche o desde los camiones alcanzaban a mirar sorprendidos, asombrados, los menos, escandalizados. El Amo de Andrea sonreía, disfrutaba y mostraba satisfecho las fuertes, contorneadas y blancas piernas de ella porque en ese momento era su más preciado objeto...su propiedad. Ella, complacida, compartía el sentimiento de ser objeto de su Amo pero se dio cuenta que una nueva sensación la atravesaba: la de ser la puta de su Señor; esa puta con medias negras y caladas, con bragas de bellísimo encaje rojo. La puta que era capaz de hacer por Él lo que Él dispusiera de ella con solo mover sus manos, con solo mirarla con aquellos ojos de intenso color café. La puta que obedecía, que estaba caliente, excitada, tibia, mojada...tan mojada que sus pechos se endurecían, tan erotizada que sus pezones se oscurecieron, tan tibia que no entendió cómo en tan solo unos minutos se corrió. Andrea, justo cuando el orgasmo la hacía sentir un delicioso calor subiendo hasta sus mejillas, fue asaltada por una nueva sensación. Lo nuevo para ella era que por primera vez sintió que su Amo era el único capaz de llevarla en breve tiempo y sucesivamente por tres sensaciones distintas. Sí, Él había logrado que ella sintiera que era su objeto, su puta pero también su perra. Una perra fiel, caliente, obediente. Su perra que lo único que deseaba era agradar. La perra que a pesar de no ver por varios días a su dueño siempre regresaba a Él y aguardaba por Él con una vehemencia absoluta. Por ello, al llegar al hotel, dócil y sumisa, con CONSENSO previo, bajó del coche e inclinó su cabeza para que su Amo le colocara una cadena plateada, pesada y gruesa.
Encadenada, Él la arrastró hasta el cuarto y la echo sobre la cama donde la comenzó a sesionar: le esparció cera roja en su espalda, le mordió suave y a veces impetuosamente los hombros y las nalgas y le introdujo sus dedos por la húmeda hendidura de su sexo, para después llevarle el tibio líquido a su boca mientras se acercaba a su oído para decirle:
“mira qué mojada estás putita mía …me encantas".
Andrea, al escuchar estas palabras, se contorsionó, gimió e imploró a su Amo que la embistiera. Él solo respondió:
" gobiérnate Andrea …aun no, recuerda que antes debo, como apetezco, como te encanta, acariciarte".
Ella sabía perfectamente lo que la palabra “acariciarte” significaba y se estremeció llena de pasión. Porque en efecto, su Amo, comenzó a flagelarla con esa firmeza, cadencia, mesura y dureza tan propia de Él , hasta que su espalda, antes blanca, tomó un hermoso tono de color carmesí desde la cual escurrían finísimos hilos de sangre. Andrea, extasiada, arrobada, caliente y con una profusa humedad que escurría entre sus piernas, justo por el dolor que le provocaban sus heridas abiertas, expuestas y encendidas, fue embestida por su Amo. Él la tomó como siempre, con tanta fuerza por aquella oquedad tan estrecha que le ardía, que sentía que la desgarraba, pero que con lujuria disfrutaba. Él, no dudo en jalar de la cadena a Andrea- que pendía aun sobre su cuello- para sentir más de cerca sus onduladas y duras nalgas, su cadera cada vez más arqueada por la excitación. El orgasmo llegó para los dos, de allí la cadencia de sus cuerpos, los músculos contraídos, los gemidos que se confundían, el sudor…. De allí que finalmente, Andrea, completamente exhausta, cayera sobre el firme torso de su Amo y pensará en lo cierta y libre que se sentía siempre a su lado. De allí la DECISIÓN- que renovaba en cada sesión- de poner su voluntad y quedarse por siempre entre los brazos de su Amo.
Títulu De las tres sensaciones de Andrea: objeto, puta, perra.
Autor: Evanescente