-Cuando era un niño, mis abuelitos decían que cuando el humo de copal forma bellas espirales en el aire. Significa que los Dioses se están amando y están complacidos con nuestras ofrendas. Es buena señal porque vendrán tiempos de abundancia para nuestro pueblo, mi querido aprendiz.
Le decía un viejo curandero a su joven pupilo en un adoratorio sagrado en lo profundo del vientre de un cerro en los alrededores del Lago de Texcoco.
-Observa “Pequeña Garza”. Aprende bien, porque algún día te ocuparás de hablar con los espíritus, de escuchar su mensaje y de transmitirlo a nuestro pueblo. Observa bien.
Decía el viejo mientras acomodaba en el regazo de aquél templo la ofrenda de velas de cera de abeja, plumas de quetzal, cuentas de jade, oro y obsidiana, hojas de tabaco, semillas de cacao y de ololiuhqui, frutas y fragantes flores ungidas con deliciosas resinas de árboles traídas desde lejanas tierras mayas.
-¿Y los Dioses reciben estos regalos, abuelo “Amate Rojo”?
-Así es “Pequeña Garza”, que no los veas con los ojos de tu cuerpo no significa que no existan. ¿A caso alguna vez has visto con tus ojos la Gran tela de la Araña que nos une a todos?
-No, abuelo. Pero mi corazón sí, lo siente.
-¡Ahora sí! ¡Ya estás aprendiendo! Solo falta esperar una señal para saber que la manda está hecha. –Dijo entusiasmado el anciano.
El humo de copal continuó ascendiendo por el tragaluz de aquél enorme esófago de piedra del cerro, hasta que fue arrastrado por el viento y viajó sobre el enorme espejo azul del lago de Texcoco. Atravesó las enormes ciudades de color plata y los cerros que cual faldas de serpiente desembocaron en un lugar especial y sagrado.
Entonces el humo de copal llegó hasta la fina nariz de un ser Divino. De exquisita belleza femenina. Cuyo nombre era susurrado por los labios de su amante, en su nuca.
-Xochiketzal, Xochiketzal... Decía su amante, un hombre fornido, recio, inteligente y Dios de las inspiraciones artísticas.
-Vuelve a hacerme tuya Xochipilli… Jadeaba la Diosa, mientras imploraba a su amante compartir su placer.
Con una mano el dios Xochipilli tomaba el cuello de su diosa “hermosa flor”. Y recorriendo desde sus pechos firmemente torneados y esculpidos, descendió entre escarpadas sensaciones de piel morena, húmeda y caliente hasta llegar a un valle plano que bifurcaba en “V” como la lengua bífida de una serpiente. Fue hasta que sus dedos resbalaron sobre el sensual ombligo esculpido de su amada obligándola a estrujar sus bellas y suaves nalgas en la entrepierna de su amado. Únicamente separados por las finas y delgadas telas que envolvían sus cuerpos deseosos.
Entonces la sensual diosa, con su mano izquierda acompañó los ritmos de la danza de la mano de su amado. Y cual dos serpientes se comenzaron a fundir en un solo cuerpo. Su mano derecha se elevó por encima de sus delicados hombros hasta alcanzar la nuca ataviada con plumas de su amado dios, cuya boca estaba absorta en devorar su delicado cuello perfumado.
-Muévete como las serpientes cuando desean dar vida… -Susurró en la oreja de su pareja, el dios Xochipilli.
-Su diosa obedeció, y comenzó a menear gentilmente su cadera cual serpiente para enloquecer a la jauría sexual de su enamorado.
Con sus labios comenzó a recorrer la caliente espalda de Xochiketzal qué comenzaba a humedecer de sudor poco a poco, y descendió lentamente por toda su espina dorsal desde su nuca hasta la comisura de sus nalgas bellamente torneadas, generosas y cada vez más abiertas para ofrecer el delicioso manjar de sus jugos vaginales.
-¿Ahhh… ¿Qué es lo que más te gusta de mí…? Preguntó Xochiketzal.
¡Clap! (Una palmada fue a parar en una nalga de la diosa.)
-Tu fragilidad. –Replicó Xochipilli mientras hundía su boca debajo de la falda color rosa cereza de su amada.
Y la tela roja de aquellas rojas enaguas fue apartada a un costado de las sumisas y serpenteantes caderas de la diosa del amor y del placer. Entreabriéndose como una suave cortina que revela un manjar exótico, digno del Dios de las artes. Dejando a la vista, un par de sedosas pompis tan delicadamente contorneadas y agraciadas que pareciera que fueron obra del más grande y refinado artesano bajo la enervantica visión de plantas sagradas.
Entonces, nuestra diosa mexicana. Nuestro portento femenino, reposando en cuatro puntos. Lanzó una mirada pícara dejando entrever sus ojos color miel y sonrojada sonrió insinuante a su dios Xochipilli mientras aderezaba la escena con felinos movimientos de cadera, de lado a lado. Como invitando a su dios, a montarla. Y orgullosa de ejercer su mágico embrujo sobre su hombre divino, se desplazó lentamente a gatas haciendo gala de su estupendo culo.
Hasta que llegó al centro de su alcoba, misma bellamente ambientada con las fragancias más selectas de maderas y hierbas. Finamente adornada con las mejores pieles, las plumas más exóticas, los más grandes espejos de obsidiana y las telas más ricamente adornadas y difíciles de conseguir de toda Anáhuac.
-shi…nech…kalaki… (Co…je…me…)
Susurró pausadamente la diosa del amor a su portento masculino.
De manera que Xochipilli, al no ofrecer mayor resistencia a la descomunal sensualidad y belleza de Xochiketzal. Dio rienda libre a la jauría enloquecida de sus deseos carnales.
Se acercó embellecido de su enamorada, hasta recoger entre sus manos la redondez de su trasero. La tomó por la cadera elevando la espalda de ella contra su pecho y abdomen.
Y con cierta desesperación, con sus manos despojó a su amada de su ropa, hasta dejarla completamente expuesta en su delicada desnudez.
Xochipilli la tomó del cabello y tirando hacia atrás le susurró al oído:
-El día de hoy, me hundiré en todos los rincones de tus deliciosos parajes. Hasta hacerte estallar como los ojos de la gran jícara del águila celeste.
A lo que Xochiketzal contestó:
-Esa es la decisión de mi corazón, amado mío. Así también lo quiere mi cuerpo.
-¿Aunque mis deseos rebocen las fronteras de nuestra alcoba? -Dijo el dios mientras deslizaba lentamente su falo rígido entre la disimulada comisura de los muslos y sexo de Xochiketzal.
-¡AAAAh…! ¡Habla amor mío!... No te entiendo. –Replicó Xochiketzal mientras su cuerpo era invadido por las mieles electrizantes del placer.
-Quiero compartir el regalo del placer con los hermanos menores allá en la tierra. Con nuestros hermanos los “dos piernas.” –Gemía Xochipilli mientras su viril masculinidad apartaba por la mitad los labios vaginales de su mujer, ahora candente y palpitante.
-¡Uf!... ¿Mi corazón, y crees que lo merecen?... ¡Ah!... ¡No es ya suficiente con obsequiarles el placer de la música y de la danza!... ¡Aaaah! –Se estremecía la diosa mientras su hombre la tomaba por la cadera con firmeza y empujaba su falo en la entrada de su vagina, ya rociada por sus deseos sexuales.
-Todo ser viviente debe gozar de este regalo. Será nuestro obsequio más preciado para todos nuestros hermanos menores vivientes allá abajo en la tierra. Y si algo llega a salir mal, es mi juramento que estaré contigo por siempre. –Contestó Xochipilli mientras con suavidad deslizaba su pene caliente a lo largo del húmedo paraje deseoso de su divina fémina.
-¡Ah!... ¡No yoloh!... suspiró la diosa (¡Mi corazón!...) Tú siempre me haces hervir como los hermosos volcanes cuando se mandan mensajes de amor a través del viento y deseosos mezclan su lava para volverse uno solo. Solo quiero estar contigo, y si este regalo ayudará a nuestros hermanitos a volverse uno con el Gran Espíritu, como nosotros. ¡Que así sea! ¡Estaré contigo hasta la eternidad! Solamente… Una cosa mi amor… -Dijo insinuantemente Xochiketzal mirando directamente a los ojos de su dios.
-¿Qué pasa jade de mi corazón? –Replicó Xochipilli con un gesto ardiente y curioso.
-Que si vamos a regalarles esto juntos. Tendrás que seguir mis órdenes al pie de la letra.
Con una actitud coqueta, contestó a Xochipilli.
-¿Qué clase de ordenes amor mío? –Preguntó Xochipilli mientras entraba y salía del sexo divino de su pareja.
-¡Que vayas con los Dioses de la guerra, esos que le enseñan a luchar a los hermanitos blancos de ojos rasgados! ¡AAaah…! ¡Ay mi flor… así duro, lléname de tu obsidiana dura y caliente!
Exclamaba la dulce diosa del amor y el placer.
-¿Y luego, qué mi amada flor hermosa? –Preguntó Xochipilli.
-¡Ah…! suspiro. Les vas a aprender eso que hacen para amarrar a los dioses bajos. –Dijo Xochiketzal.
-Pero si aquí ya no hay dioses bajos, Uitzilipochtli se encargó de amansarlos. –Contestó el dios.
-¡No es para eso tonto! Es para mí… -Mordiéndose el labio inferior, la sensual diosa contestó.
-Me fascina cuando te muerdes los labios y se te ocurren ideas alocadas. Y eso que no estás mareada con el brebaje blanco de Mayahuel. (Pulque) –Susurró lujuriosamente Xochipilli tirando del cabello de su amada y empujando hasta el fondo de la vagina de la diosa.
-¡Ahhh…! ¡miak chikauak nech kalaki no yolohtzin…! Jadeaba… (¡Ahhh…¡ ¡Cógeme más fuerte corazón mío…!)
Gritaba extasiada la diosa.
-¿Entonces es ese nuestro consenso, luz de mi amanecer? –Preguntó Xochipilli.
-¡Sí! ¡Pero ahora, quiero que me revientes mi señor de las flores y de las artes!
Imploró jadeante la diosa.
De manera que Xochipilli abrazó el cuerpo de su amada con serpientes de color jade que emergieron de su cuerpo. Y con lujuria se desplazaban acariciando los senos firmes, las caderas prominentes, las piernas gruesas, redondeadas, amasando las firmes y suaves nalgas de su amada. De manera que Xochiketzal cayó en un sexual trance, abandonándose al placer otorgado por su dios. Los miembros serpentinos de Xochipilli inundaban por todos los orificios y rincones el ardiente y húmedo cuerpo de Xochiketzal.
Caricias, gemidos, nalgadas, mordidas, embestidas y fluidos de deseo…
¡Serpientes, amor y éxtasis! Fue obsequiado en tan hermoso ejercicio propio de nuestros dioses.
Finalmente, el preciado orgasmo no se prorrogó más. Arrojando por borbotones el precioso elíxir combinado de dos esencias. Una masculina y una femenina. En un poderoso, largo y estruendoso orgasmo que agitó todos los confines de su palacio.
Y un sutil susurró quedó como rastro en el espacio y el tiempo, de tal proeza.
-Soy eternamente tuya… susurro.
Varias horas de rezos y cantos transcurrieron para el viejo curandero y su joven aprendiz, en medio del adoratorio de aquél cerro sagrado.
Entonces un lejano estruendo se escuchó penetrar por el tragaluz de aquél adoratorio y finas gotas de agua comenzaron a caer marcando su recorrido en el humo de copal hasta romperse en la ofrenda de flores y resinas.
-¿Ahora lo ves pequeña garza? Los dioses aceptaron nuestra ofrenda. Vienen buenos tiempos, más vale que nos preparemos. ¡Anda escribe memoria de lo sucedido aquí en el libro de pintura! Exclamó el anciano.
-¿Por qué he de escribirlo abuelo? –Contestó el muchacho.
-¡Tenemos que dejar registrado esto para nuestros nietos! ¡Algún día verán que los dioses también comen y nos oyen! ¡Ahora escribe pequeña garza! ¡Y no olvides mirar bien lo que en tus sueños venga, ellos te dirán la manda de los dioses!
–Ordenó el sabio anciano.
Con el tiempo las costumbres cambiaron, y aquél “códice”, libro de pinturas. Sigue oculto, sobreviviendo en algún lugar del valle de México esperando a ser reencontrado por los ojos correctos para develarnos los secretos que Xochipilli y Xochiketzal obsequiaron a su pueblo hace más de mil quinientos años.
En espera de despertar nuestras raíces culturales autóctonas, como eternos paladines de la tradición y valores legados de nuestra cultura milenaria. Xochiketzal y Xochipilli aguardan atentos.
Título: Serpientes, amor y éxtasis.
Autor: Telpikoani Shibari.