Aquel viernes desperté por la mañana decidida: hoy sería el día en que yo finalmente iría a tocar la puerta del vecino al que llevaba meses espiando. Desayuné sin ser plenamente consciente de los sabores de lo que estaba comiendo; raro en mí. Estaba distraída recordando la primera vez que lo había visto a través de mi ventana. Había sido un viernes, hace varios meses.
La mayoría de los chicos que me invitaban a salir me aburrían mortalmente en una cita o menos, así que ese día había decidido quedarme en casa a relajarme. Eran más de las ocho de la noche, cuando miré por mi ventana y los vi: el vecino que vivía en el edificio enfrente del mío, en la misma unidad habitacional; con una mujer acompañándole, vestida con lencería negra, un collar de perro y tacones. Ella estaba amordazada, esposada con las manos por delante, y en cuatro, mientras mi vecino la azotaba con un cinturón. Dejé de ver inmediatamente. Los siguientes días traté de olvidar lo que había visto... La cara de la mujer, el dolor y el placer reflejados en su expresión...
Al terminar mi desayuno me fui a trabajar: era mesera en un restaurante italiano cerca de casa. Llegué tarde, y toda la jornada estuve distraída recordando.
Algunos días después del primer episodio voyeur, me encontré a mi vecino comiendo en el restaurante. No sabía si ése era el primer día que venía o si era el primer día que yo era consciente de su presencia. Él me miró intensamente, como si supiera que yo los había estado espiando hace unos días. Me puse roja como un jitomate. Las siguientes semanas traté de volver a mi rutina de citas aburridas con chicos aburridos, hasta que un día la tentación ganó la batalla y volví a espiarlos. Pronto se volvió un hábito; descubrí que ella no vivía con él, y que sus encuentros tenían lugar todos los viernes a las ocho de la noche, pero no sabía sus nombres. Incluso dejé de salir los viernes con tal de no perderme un momento. Vi a mi vecino atándola con cuerdas, poniendo pinzas en sus pezones, azotándola, masturbándola, vertiendo cera caliente sobre su piel... Incluso alguna vez lo vi tratándola como un perro, siguiéndolo por la habitación con una correa y a cuatro patas. Y siempre terminaba el encuentro con caricias y mimos, tratándola con cariño después de toda la dureza e intensidad.
En mi mente bailaba una duda: ¿por qué mi vecino no cerraba sus cortinas? Con el tiempo comencé a investigar por mi cuenta: encontré en internet blogs, foros, literatura, leí ávidamente todo lo que pude sobre el tema. Mi vecino seguía comiendo en el restaurante de vez en cuando, siempre me dirigía la misma mirada intensa, pero yo ya no me avergonzaba, al contrario, le devolvía la mirada con igual intensidad y determinación.
Regresé al presente al escuchar la voz de mi jefe regañándome por tener desatendidas mis mesas y por equivocarme al ingresar mis comandas. Finalmente terminó mi turno, eran casi las seis de la tarde. El camino a casa fue rápido, cuando llegué me bañé y comencé a alistarme para lo que iba a hacer.
Unos minutos antes de las ocho, salí de mi departamento y subí las escaleras de su edificio. Me escondí entre las sombras y vi a la mujer llegar y tocar la puerta. Esperé cinco minutos después de que ella entrara. Me paré frente a su puerta, inspiré hondo y toqué. Mi vecino abrió la puerta, la mujer detrás de él y de rodillas.
"Buenas noches, Dalia. Mi nombre es Yoss, y ella es mi sumisa Luna. Nos preguntábamos cuándo sería el día en el que finalmente te atrevieras a venir. Por favor, pasa."
Entré al departamento, muda por la sopresa. Seguro mi expresión reflejaba lo sorprendida que me sentía, porque él dijo:
"Yo te vi en el restaurante mucho antes de que tú me vieras a mí. Sé tu nombre por el gafete que es parte de tu uniforme de mesera. Desde el principio llamaste mi atención, había algo en ti que me decía que tal vez tendrías potencial para este estilo de vida. Y no me equivoqué, te tardaste pero finalmente estás aquí."
Me sentía soprendida, halagada y emocionada. No era casualidad que yo los hubiera visto, mi vecino no cerraba sus cortinas porque queria que yo los viera. Yoss me había elegido a mí y yo había caído en su red.
"Después de meses de espiarnos, supongo que ya sabes qué hacer, Dalia."
Asentí con la cabeza. Él me abofeteó. "¿Así se contesta?"
"Lo siento, Señor. Sí, sé qué hacer, Señor."
Me desvestí, tomé el conjunto de lencería rojo que Yoss me dio y me lo puse. Caminé hacia la esquina de la habitación, donde me arrodillé con la mirada baja, expectante de lo que acontecería las siguientes horas, expectante de que mi vecino Yoss hiciera realidad mis fantasías.
Autora Minou Lune
Primer lugar de Sibaris 2015