Despierto más temprano que nunca. El ardor en mis nalgas provoca siempre el mismo pensamiento: anoche. La excitación me recorre. Ayer, el entumecimiento me llevó a pensar que el dolor se iría con la misma rapidez que el sonido de los azotes. No fue así. La sensación me lleva al recuerdo, al sentimiento, a la excitación. Imposible conciliar el sueño así, tal como me sucedió anoche después de dejarlo.
Lo primero que recuerdo: su mirada poderosa y curiosa. Intrigado, tratando de descifrarme, viendo hasta dónde llegaba, divertido examinando mis reacciones, mi abandono, mi mirada traviesa. ¿Hasta dónde llegaría su imaginación? Se cruzaron nuestras miradas, nuestras sonrisas y ya todo estaba dicho. La emoción, el miedo y la curiosidad recorren mi cuerpo. Lo comparto con Él en esa mirada.
Recuerdo esa voz grave, profunda, pausada. “¿Qué has hecho, niña? Mírame.” Voz segura y excitante que me provocó escalofríos. Lo veía mientras recibía los azotes propinados por alguien más, pero en mi cabeza era siempre Él. Se me ordenaba y yo respondía como recién me habían enseñado “Sí, Señor”. Extraña combinación de miedo, sometimiento y excitación que resultaban en un sentimiento de fuerza, valor y energía. Sumisión sin restricciones, la paz del abandono.
“Ven”. Me ordenó Él, para usarme en una demostración. Me acerco inocentemente, me toma del cabello, me jala y acomoda junto a Él, me voltea con fuerza hacia el púbico. Yo no escucho más palabras, la cabeza me da vueltas, el corazón me palpita y lo siento en la garganta. No hago consciencia hasta que me libera y percibo que la explicación ha llegado a su fin. Ya no me necesita de modelo pero no puedo moverme. Me quedo petrificada en el lugar y en la posición en la que Él me colocó. ¿Miedo a ser reprendida si me retiro sin su permiso? ¿Ganas de permanecer a su servicio? No me reconozco, actúo como si fuera su sumisa desde que me miró. Me doy miedo. Me doy risa.
Amarrada de pies y manos experimento esa entrega, ese abandono. No hay necesidad de pensar, de decidir, de actuar, ni siquiera se requiere planear un movimiento corporal. Una entrega absoluta al amo, en manos del experto. Confianza extrema. Miedo, deseo y excitación. Una mezcla que recuerdo a lo lejos pero jamás con esta intensidad.
Reinician los azotes y el conteo de cada golpe. El ardor inicial se convierte en entumecimiento que invade mi cuerpo y mis pensamientos. Me pregunta “¿Cómo te has portado niña?” ¿Me conviene contestar que bien? ¿Prefiero contestar que mal? Su voz recorre mi cuerpo. Complicidad y diálogo privado en medio de un mundo de gente. El ambiente está cargado de excitación. El público se diluye en el vacío, sólo estamos Él y yo.
Tercera tanda de azotes. Ahora me pide no contar sino llevar el estímulo de cada golpe a mi sexo. Las vibraciones se extienden hacia mi vulva y crece la excitación. Me invade un orgasmo cargado de fantasías. Descanso amarrada y posteriormente me liberan. Me siento relajada, tranquila, feliz y fuerte pero permanezco excitada.
Me despedí sin querer retirarme. Partida inminente que me confronta con el fin de la experiencia. Le pongo palabras a mi deseo y le hago posible contactarme. Una vez más, estoy en sus manos.
Ardor en las nalgas. Recuerdos parciales, mezclados, desordenados. Sonrisa traviesa. No me reconozco. Me sobresalto. Me estremezco. Revivo las sensaciones y emociones de ayer. Cada cambio de posición física me lleva a recuerdos de la noche anterior. Mi ardor, físico y emocional, es su regalo. Sonrisa automática. Caigo en cuenta de que desconozco hasta su nombre. Angustia, aunque quisiera, no podría contactarlo. No depende de mí, como intuyo que sucederá con cualquier cosa que tenga que ver con Él. Tendré que hacer acopio de confianza, confianza en el desconocido o conocido que es Él, siendo congruente con lo que se necesita para esta aventura.
Me desvisto frente al espejo, me observo en lencería negra. Estiro mi mano para alcanzar mi vulva. No podría estar más mojada. Recorro mis dedos por mi jugo para lubricarlos y froto mi clítoris de arriba hacia abajo pensando en él. Lo visualizo agachado, su cara frente a la mía, veo el brillo y la lujuria en sus ojos. Me dice “¡Lo qué haría contigo así, niña!”
Me masturbo pero necesito sentirlo dentro de mí. Meto dos de mis dedos en mi vagina y acompaso el movimiento de ambas manos. Mi excitación se incrementa al imaginar su fuerza de macho penetrado a su hembra. Pasión animal, lujuria, euforia. Su deseo de usarme me excita. Mi mete vuela, las fantasías chorrean igual que yo al pensar en sentir mi cuerpo contra el suyo, poseído por él, ocupado por él, totalmente suya, abandonada en sus manos, mi voluntad disuelta en la suya.
Días después, recibo una foto de nuestro encuentro captada por Yoss y su ojo mecánico experto en captar la belleza, sublimar fantasías y atizar la lujuria. En la foto me encuentro reclinada sobre el potro, amarrada de manos y pies. Sus manos en mis nalgas. La foto tiene el rótulo “¿De quién es esta hembra?” Él lo sabe. Yo lo sé.
Dedicado a Él, agradeciendo la experiencia.
Autora: Ella