He perdido la noción del tiempo, no tengo la menor idea de cuánto llevo aquí colgada. El frío me ha entumecido las extremidades, apenas puedo mover los dedos.
El lugar en el que me mantiene cautiva tiene un desagradable olor a encierro y humedad. Escucho desde hace horas un constante goteo. No sé cuánto tiempo más podré soportar, mi cuerpo pide a gritos un descanso, aunque aún conservo el ardiente y perverso deseo de que continuar hasta el final...
Ansiosa, deseosa y expectante, sabía q ese sería el mágico día, sabía q ese día, dejaría la teoría de lado y comenzaría la práctica. Toda la noche había servido para aumentar su deseo, volar su imaginación aumentar sus ansias, llevaban algún tiempo platicando...
Todos los días la misma rutina espera, tazas de café, cigarrillos y fantasías reprimidas.
Al ser la más joven de cuatro santurronas hermanas, mi educación siempre fue estricta y rígida; mis padres eternamente fanáticos religiosos con su verborrea moralista que me aturdían tras cada regaño.
Una mañana calurosa descansábamos los tres a la orilla de la alberca ella ojos verdes juguetones me veían pidiendo la tocara, el imponente y obscuro me miraba diciendo tienes mi permiso.
Me encuentro parada al pie de la enorme puerta del Castillo, me llamaron por teléfono para darle un servicio a Éste Señor; soy enfermera, así que lo cuidaré por esta noche. Nadie lo conoce, pero todos hablan de Él, sus empleados curiosamente son de la tercera edad, así que ha de ser de ése club. Es dueño de todas las tierras, dicen que es tan gruñón, y por eso le apodan "La Bestia".