Primer acto.
Percibimos un plano bastante ajeno a lo real, muchas veces esconden secretos frente a nosotros, “como si pareciera”, un juego pensado para entes no críticos, olvidan que muchos de nosotros somos violentos, que gozamos con quebrantar, aprendimos que se Goza porque se descubre que se puede Gozar y así nos entregamos al Tiempo y Vida del Mictlán; abraza a la muerte.
Uno reconociéndose como es, con la locura que le abraza, se dará cuenta de que al final de todo tiene un hogar, una bandera, una lucha, pero no todos los caminos son de libre acceso, unos piden sangre por coste de cuota, otros cobran con una fragmentación tan áspera, ácida, irónica, vomitiva y llena de úlceras, que es impensable el dilucidar que algún día, si nuestra batalla es finalizada con un brindis y una danza de fluidos y rasguños, amaremos el camino, la mierda, la sangre y la vida derramada en esa enmienda.
-Irónico el concepto de tiempo, ente indomable que fija tendencias suicidas a quienes osan querer domarlo; absoluto, caprichoso, pero no por ello inentendible, sólo, hay que aprender a escuchar.
Odio a los gatos. Me disgusta que me restrieguen sus cuerpecitos peludos y también me disgusta su actitud altanera. Incluso escucharlos maullar me enoja. Si no me gusta ver pelusas en mi ropa mucho menos me va a gustar encontrar un pelo de gato.
Así y todo estoy fascinada con uno.
Más específicamente me refiero a un hombre que le gusta sesionar disfrazado de un gato negro, uno muy elegante porque siempre viste de traje sastre con chaleco y pañuelo en el bolsillo del saco.
Le llaman señor Gato, así de sencillo. Pero él es todo menos sencillo.
Me gusta sentir sus caricias por mi piel, usa guantes con forma de garras de gatito que compró en una Friki plaza y son muy suaves. Cuando lo conocí, al igual que cualquier gato, me desagradó verlo. Más bien, me sentí desconcertada, luego sentí repulsión.
Mi amo me había pedido si quería servir en una fiesta navideña.
Normalmente en las fiestas en cual yo no era el entretenimiento, yo servía a los invitados. Eso incluía todas las preparaciones y servirlas en la noche.
Me recuerdo una fiesta en el verano en donde organizamos un gangbang para una amiga. A mí me tocaba asegurar que todos estaban listos y preparados para cogerla, con suficiente lubricante y duros. Mi Amo me había dado permiso usar mis manos, mi boca y mis senos.
No me acuerdo cuántos hombres tenía en mi boca esta noche. Si me acuerdo bien lo rico y frustrante era para mí. A la mitad de la noche casi rogué mi Amo si me pude tocar a mi misma mientras les chupaba, pero me lo niego.
Después de la fiesta mi Amo me llamo. Estiró su mano y me decía que me masturbara con el hasta tener mi orgasmo. Él estaba todo vestido, no me miró, ni me acarició, únicamente su mano plano estirado lo pude usar. Ni siquiera dobló sus dedos para poder metérmelos. Ahí estaba yo, como perrita caliente, moviendo mis caderas contra su mano. Me sentí tan humillada que casi no quería continuar. Pero mi calentura era tanto, mi necesidad de venir tan grande, que tenía que seguir.